Realidades del más allá: pasos que se acercan

>> domingo, 31 de diciembre de 2017

Pasos que se acercan

Es una noche cualquiera, de finales de verano, en esa hora en que el sol perezoso empieza a arroparse con los edificios hasta dejar todo cubierto con un manto estrellado. La luna, como reflejo de lo que el sol brilló ese día, decide quedarse de guardia toda la noche para acompañar a esos seres que, bajo su luz, siguen con su vida sin pensar en nada más. Una luz blanca, unas estrellas brillando con fuerza como si de una competición se tratase, y una brisa silenciosa que te invita a llevar algo más que manga corta.

Dicho así queda muy poético, pero la realidad es otra. Desde donde me encuentro, la luna se puede distinguir, pero las estrellas no se ven. La luz blanca se transforma en luz anaranjada, y la brisa silenciosa no es otra cosa que el aire que dejan los coches y los autobuses al pasar. En la ciudad se disipa esa magia con que la naturaleza nos obsequia cada día. Cada vez nos aislamos más del mundo que nos rodea, pero algo sigue ahí, nos acecha, y en el menor descuido, así nos lo hará saber.

Después de realizar una compras por el centro de la ciudad llega el dilema de siempre: ¿metro o andando? Hasta el piso donde vivo en metro serian unos veinticinco minutos; y andando algo más de una hora. Pero el tiempo acompaña y la verdad no apetece meterse en un tubo metálico que se mueve bajo tierra haciendo ruido y donde nadie se mira. Así que decido ir andando. No me gusta el ruido del tráfico, así que, como un ciudadano antisocial más, me pongo mis auriculares y me dejo llevar por la música descargada previamente en el teléfono.

Por el camino siempre encuentro las mismas cosas: gente con prisas dando empujones, turistas perdidos; y perros que sacan a pasear a sus dueños (es la hora mágica perruna). Coches que no respetan los semáforos, ciclistas que circulan por todos lados menos por el carril bici; y otros que como yo, van a su bola, con su música, riendo, cantando o hablando solos por la calle.

Una vez salgo del centro, llegan las calles silenciosas, sin tráfico, sin gente, sin más movimiento que el mio. Sigo andando calle arriba, en silencio pero distraído con mi música. Las luces anaranjadas parpadean ligeramente a mi paso. Empiezo a tener un poco de frio pero sin notar ninguna brisa. De manera intuitiva, empiezo a acelerar el paso y de pronto ¡pam! Me aparto hacia un lado bruscamente para dejar pasar a… ¿a quién? No había nadie allí, ni siquiera un gato callejeando, ni una rata buscando comida. Miro hacia todos los lados, ¡juraría que alguien había pasado rápidamente junto a mi lado, casi rozándome! Pero no, era imaginación mía.

Después del susto, retomo mi camino, solo, sin nadie a mi alrededor. Pero no he dado más que unos pasos que presiento que alguien viene detrás de mi bastante rápido, así que me giro para verlo… pero no… no había nadie allí. Ya un poco preocupado y paranoico, decido apagar la música y quitarme los auriculares. No puede ser que dos veces haya tenido la misma sensación. Ahora, con los auriculares guardados, sigo la marcha, esta vez a paso rápido y con ganas de llegar a casa. Pero sea lo que sea, sigue ahí. Justo al pasar el viaducto de Vallcarca oigo unos pasos tras de mi, pero miro y no veo a nadie. Acelero el ritmo y los pasos también lo hacen. Noto como una vibración en todo mi cuerpo y las luces parpadeantes como queriéndose fundir. Noto una brisa fría que me rodea, un susurro ininteligible. No puedo más, no estoy solo, pero lo estoy, no sé que pasa, pero algo pasa. Así que decido echar a correr, sin mirar atrás y como una cabra desbocada, sabiendo que “eso” me sigue y no me dejará escapar.

Asustado y cansado busco rápidamente las llaves en mi bolsa; no quiero perder ni un minuto delante de la puerta. Ya con las llaves localizadas y en posición, llego a la puerta, la abro, y al cerrarla… ¡blaf! Un ruido se oye tras la puerta. Al mirar, puedo distinguir una figura tras el cristal. Una sombra que se queda quieta durante unos segundos y luego, se desvanece, como si no hubiese existido.

Durante la noche no pude pegar ojo pensando en qué podía haber sido eso y por qué mi imaginación me ha hecho esa jugada. No sé que fue lo que presentí, pero todavía a día de hoy me estremezco cuando pienso en ese momento. Sé que parece un cuento, pero no lo es.

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