Realidades del más allá: sonidos que te acosan

>> lunes, 29 de enero de 2018

Sonidos que te acosan

Ese molesto pitido siempre atraviesa mi ser. Miro a la derecha y luego a la izquierda. No puedo mirar al frente y no quiero mirar atrás. Esas miradas penetrantes que te señalan, que te acusan, que se burlan y que respiran por no haber sido ellos los siguientes. ¿Por qué siempre me toca a mi? ¿Por qué Mr. Murphy siempre se pega a mi como una sanguijuela sedienta y no se despega hasta que no vuelvo al punto de partida? ¡Qué maravilloso sería viajar solo sin esa sombra! Esa sensación que te acecha, que te persigue y que te acosa esperando y maquinando el siguiente juego en el qué seré partícipe sin yo pedirlo.

Sea como sea ahí está, empezando el juego con ese horrible pitido, el sonido acusador del detector del arco de seguridad de la zona de embarque del aeropuerto. ¿Por qué iba a llevar algo encima para que salten las alarmas? ¿Para qué hacer que todos me miren? ¿Para qué perder el tiempo si no es necesario? Eso es lo que pienso siempre así que dejo mis cosas en la bandeja: chaqueta, bolsita transparente con los líquidos, la maleta del equipaje de mano, gafas, reloj, cartera, monedas, cinturón, calzado… y más no dejo porque no tengo. Sea como sea, al momento de acercarme a ese arco metálico lo veo. Ese policía mirando fijamente, como tatuándote un trozo de metal en la frente con la mirada. Lo presiento y sé que va a pasar. Doy dos pasos, atravieso el arco y… ¡Bingo! Ahí está, ese pitido vuelve a sonar una vez más.

Mientras me pasa el detector portátil levanto los brazos y separo las piernas, y sí, este sigue detectando algo que, obviamente no llevo encima. Tras varios intentos y después de mirar mis cosas, como algo rutinario ya en mi vida, me vuelve a mirar y con desgana y el ceño fruncido me da luz verde para seguir con mi camino. Ahora empiezo a entender las consecuencias de comer tantas lentejas cuando era niño, tanto hierro tiene sus efectos secundarios en los adultos.

Una vez dentro y con mis cosas colocadas en su sitio, sigo en busca de la puerta de embarque. Es curioso ver como en los aeropuertos la gente actúa exactamente como en una ciudad. Todos van a su bola, desorientados, mirando pero sin ver, hablando pero sin escuchar. Los que no están de pie esperando o buscando un lavabo o una puerta de embarque, están sentados con los ojos pegados a la pantalla del móvil, haciéndose un selfie para publicar una de esas fotos tan ‘originales’ que todo el mundo tiene.

Sea como sea, llega la hora del vuelo. El embarque se realiza sin incidencias y el avión despega a su hora. Con el aterrizaje en el destino llega otro momento crítico, ese en que bajas del avión y te diriges a la cinta de equipaje hasta esperar que aparezca la tuya mientras cruzas los dedos.

Una sensación de impotencia se apodera de mí. Una sensación que crece en ese momento de angustia cuando veo que las maletas empiezan a salir y todos se van con sus bultos. Ese momento en que cada vez quedan menos y la mía no aparece. Ese momento en que me vuelvo a acordar del Sr. Murphy y sus juegos… Ese momento en que quiero dar un grito de rabia y miro hacia abajo. Y no es hasta ese momento en que pienso que los planetas se han alineado, ya que veo que de manera intuitiva estoy apoyando en el asa de mi equipaje de mano y sí, entonces me acuerdo: no habías facturado maleta. 

Una risita tímida se me escapa al darme cuenta que he estado ahí perdiendo el tiempo y sufriendo sin necesidad. Con el disimulo, me desplazo lentamente con mi maleta y salgo del aeropuerto antes que alguien se burle de mí. Una burla que nunca llega, ya que cada uno está a sus haceres, a sus preocupaciones, y nadie se fija en los demás por mucho que cada uno de nosotros nos sintamos en el centro de todas las miradas cuando ocurre algo que se sale de nuestros planes.

Una vez salgo de la terminal, solo me queda centrarme en cómo llegar al alojamiento. Pero me tranquilizo porque conozco el camino. Un camino plagado de ruidos, sonidos desconocidos que te acosan; de interminables enlaces de metro, de tropezones con gente despistada y de enormes y terribles tramos de escaleras no mecánicas que he de ir saltando con la maleta. Pero no me preocupa, ya que una vez llegue al apartamento todo se relajará y podré disfrutar de mis días libres… o no. Sr. Murphy era el menor de mis problemas, ya que la terrorífica historia no ha hecho nada más que empezar.

…Continuará….

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