Inquietudes ilusorias

>> lunes, 30 de julio de 2018

Desde que acabé la segunda carrera, alrededor del 2010, siempre he tenido una inquietud en mente. Cuando finalizas los estudios tienes ganas de trabajar, de comerte el mundo y de disfrutar de hacer de tu hobby tu trabajo, pero a veces las cosas no resultan como uno piensa. 

Los obstáculos son muchos y el mercado laboral es cada vez más complicado. Si quieres pagarte el alquiler, tienes que acabar aceptando cualquier trabajo que te permita mantenerte, aunque se aleje kilómetros de tus objetivos o de tus planes iniciales.

Te das cuenta que el tiempo pasa y siempre mantienes en la cabeza eso de: nunca es tarde, un poco más, algo encontraré que esté relacionado con mis estudios. Pero la verdad es que te acabas acomodando y te acabas haciendo a la idea de que tu ilusión solo era eso, una ilusión inocente que nunca se podrá hacer realidad. 

Lo acabas asumiendo. Ya no esperas nada, solo ves los días pasar (como dice la canción de Fangoria). Ya casi ni te acuerdas, hasta que una mañana te levantas y algo ha cambiado. Has vuelto a notar ese gusanillo que recorre el estómago. Vuelves a tener ganas de moverte, ganas de empezar de cero, ganas de demostrarte a ti mismo que los sueños se pueden cumplir. Descubres que la ilusión tiene algo mágico, es un objetivo que hace que te levantes cada día con buen humor y con ganas de crecer siendo tu mismo y siendo tu quien dicte las normas. 

Así que, tras unos años dándole vuelta y perdiendo la esperanza, finalmente me he decidido y me lanzo a la piscina. ¿Por qué no crear mi propia productora o empresa de comunicación? ¿Quién me lo impide? ¿Por qué no intentarlo? ¡Pues claro que sí! 

Me quito la venda y empiezo la aventura de montar una empresa. Sea cual sea el resultado, seguro que la experiencia será positiva, aprendiendo de los baches y tropiezos, pero también de las cosas buenas. Ahora me vuelvo a encontrar como ese chico recién licenciado, con ganas de comerse el mundo o al menos, con ganas de evitar que el mundo se me coma a mi arrebatándome mi ilusión.

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Realidades del más allá: La caja

>> lunes, 9 de julio de 2018

La caja

Voy andando poco a poco, mirando de un lado al otro. El calor empieza a apretar bastante y el sol hace justicia. Antes de coger el metro para ir al apartamento decidí salir del Aeropuerto y tomarme algo fresquito. Estaba de vacaciones y no tenía ganas de andar con prisas. 

Cafeterías, bares, restaurantes, puestos de comida y bebida ambulantes… había mucho donde escoger, pero como siempre, se me pasa por la cabeza lo de “bueno este está bien, pero sigo mirando a ver que veo”. ¿Por qué en vez de quedarnos en el primer sitio que vemos seguimos buscando para luego volver al mismo? Es lo que pasó. Después de varias vueltas acabé volviendo al primero que vi al salir del Aeropuerto. Un bar pequeño, un pequeño local llamado “Ámbar”. 

Tras dedicar unos minutos en decidir si dentro o fuera, me siento en la terraza, bajo un parasol bastante grande. No tenía ganas de encerrarme entre cuatro paredes. Al acercarse el camarero le pido mi bebida favorita, una Fanta, pero Murphy se me había adelantado. No quedaba Fanta. Entonces pido una coca-cola. Tampoco le quedaban… Tras varios intentos y ya un tanto mosqueado, le digo con un tono indignado que me traiga lo que tenga pero que esté fresco. El camarero toma nota, me mira de reojo y se va hacia dentro. 

Soy consciente que no había empezado el viaje de la mejor manera pero no tenía por qué seguir o acabarlo igual, tenía la esperanza que remontaría. Desde hace días noto una sensación estaña de acoso, aunque no me pregunto quién es, lo sé, Murphy quiere jugar y no me va a dejar tranquilo hasta que se aburra de mi o… consiga de mi lo que quiera, ¿Qué será? Lo desconozco… 

Mientras miro a mi alrededor algo llama mi atención. Veo a un hombre vestido de marrón y con gafas de sol oscuras sentado unas mesas más a mi derecha. Está leyendo uno de esos periódicos gratuitos que hasta ese momento pensaba que ya no existían. Por alguna razón curiosa me daba la impresión que me miraba a mi y no al periódico. De pronto me empiezo a fijar más a fondo en su persona. Su boca era totalmente inexpresiva y sus manos sujetaban el periódico de manera firme, arrugando un poco por los extremos. Sobre la mesa tenía una caja blanca, sin nada escrito en ella… aunque… mientras miraba la caja, el titular del periódico visto de refilón me hizo estremecer: el periódico estaba del revés. ¡Estaba fingiendo que leía el periódico! ¿Me miraba a mi? ¿Qué quería? 

Asustado, decidí irme pero, cuando estaba a punto de levantarme… ¡PLAF! el camarero apareció y me sirvió un vaso de agua con dos cubitos enormes, mientras me dice: Lo más refrescante y natural, agua del grifo, son 3 euros. Más decepcionado que cabreado, le pagué los 3 euros para que se quitase del medio. Cuando lo hizo, el hombre de marrón ya no estaba en la mesa. No había ni rastro de él ni del periódico ni de la caja. Un tanto tembloroso, me bebo el vaso de un trago y me dispongo a levantarme cuando, de pronto, noto una extraña vibración en el bolsillo. ¿Quién me llama? Al coger el móvil no tenía ninguna llamada, ni mensaje ni notificación… habrá sido una de esas llamadas “fantasma” que dicen que hace nuestra mente. Sea como fuere, cogí la maleta, me puse la gorra, las gafas de sol y me dirigí hacia la boca del metro. 

– Continuará –

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